Tras los juicios de Núremberg y el comienzo de la Guerra Fría, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial perdieron el interés por los criminales de guerra. Pero hubo un grupo de hombres y mujeres que se negó a que los culpables quedaran impunes, y los persiguió por todos los rincones del planeta: los fiscales de Núremberg y Dachau; el juez polaco que llevó el caso del comandante de Auschwitz; etc..