Tendemos a pensar que las únicas revoluciones científicas auténticas
del siglo XX fueron aquellas que surgieron de la física y la biología
molecular. Sin embargo, también las ciencias de la Tierra experimentaron lo
que podemos denominar un cambio revolucionario: el paso que va de creer que los
continentes se formaron y desarrollaron en lugares fijos, a aceptar la idea de
que hubo una época en la que el mundo terrestre estaba prácticamente aglutinado
en un gran supercontinente, Pangea, del que posteriormente, y mediante un lento
mecanismo de fractura y deriva, terminaron surgiendo los continentes tal y como
los conocemos en la actualidad. Fue el geofísico, meteorólogo y explorador
alemán, Alfred Lothard Wegener (1880-1930) quien nos mostró, con mucha más
claridad y fuerza que otros predecesores suyos, la faceta cambiante de la
geografía de la Tierra. El
lugar en el que presentó de manera más completa y accesible sus ideas es un
libro que con justicia se puede incluir en el grupo de los "clásicos de la
ciencia": El origen de los continentes y océanos (1915). Durante
bastantes años, las ideas que contenía encontraron escaso eco. Hubo que esperar
a la década de 1950, cuando nuevas evidencias apoyaron la idea del movimiento
de los continentes, evidencias que condujeron finalmente a la teoría de la
tectónica de placas, que reivindica la esencia del pensamiento de Wegener.