Al primer pincelazo sintió la cara: luego tuvo ojos y pudoáver sus manos, su cuerpo. Un vestido azul la defendía deláfrío lienzo; era áhermosa, pero triste: su inmovilidad laádeprimía. Varios meses intentó con la mirada pedir aláartista que la liberara del suplicio. Y ácuentan que un día,áel buen hombre, simulando un descuido, dejó caer la tintaásobre su obra, y que las lágrimas le impidieron ver cómoála cabeza de ella se hundía en la mancha negra que se laátragó para siempre, como hace el mar con el sol en unáhermoso crepúsculo.