Hay heridas que nunca cicatrizan. Sólo flotan sobre la piel y se empozan en los poros como guiños de la memoria. Hay ciudades que son hogar y son destierro, que nos insuflan o nos consumen hasta abigarrarse y ser una partícula nueva en la sangre, transformando nuestra manera de ver el mundo y convirtiéndonos en el peso de la gota sobre una hoja, en la patria del poema y del desvarío. A cierta edad, entendemos que la cultura no es algo estático, sino inestable; y que nuestros ojos pueden ser las arcas que transportan los nudos que sostienen el origen, así como el cascajo de recuerdos que se sedimentan en el silencio para renacer en nuestra voz. á --Del Prólogo de Mario Pera.