Desde el título Eduardo Molina nos pone frente a los ojos de un niño lo desmedido; ese mar adentro que es pampa y cielo sin orillas. Pero también feroz, representando en sucesivas bestias una de ellas el hombre mismo- embistiendo con y cornamenta una cosmogonía de fantasmas. En ese tiempo de infancia hay atisbos de desierta llanuraö, hay señales del vacío donde los ojos recién estrenados se abismas. A esos indicios Eduardo los designa con una palabra que repite: amagoö. Y quizá en esa zona intermedia del amago, en esos puntos suspensivos del cuerpo gesticulando, haya que leer la poesía de molina. En ese interregno el universo muestra una intencionalidad donde lo fatal convive con la esperanza. Jorce Boccanegra