En el Antiguo Régimen la Justicia y el Crimen eran dos aspectos esenciales para el mantenimiento de las estructuras de poder y por eso mismo, la Historia “oficial” los ha tratado de ocultar. En Vizcaya, la criminalidad refleja las tensiones socio-económicas que se produjeron en los ámbitos: urbano y campesino. Muestra, también, la lucha ideológica entre los afines a la Ilustración y los partidarios del régimen foral. Como respuesta a estos procesos, los tribunales se reorganizan y se crea un ente antes desconocido: la Policía. Ambos se pusieron al servicio de nuevas formas de control de la población.
Las profundas transformaciones que sufrió Vizcaya entre 1750 y 1833, al igual que el resto de Europa, sentaron las bases de lo que es hoy en día. Tales cambios no se produjeron sin que las personas y las instituciones que las regían se viesen abocadas a profundas fracturas sociales, cuyo hito culminante fue la Primera Guerra Carlista.
Todo ello queda reflejado en esta exhaustiva investigación y resumida en las palabras del Negro, uno de los bandoleros más destacados de la época:
“Ni el robar ni el hacer cualesquiera cosas no eran pecado, porque no había temor del infierno ni gloria después de muerto y que el único temor era del de la justicia, y que ésta únicamente estaba establecida para mantener el orden en la sociedad”.