Ya lo decía el padre del pequeño pablo: ¡este niño pinta unas naranjas requeterraras! Y si sólo fueran las naranjas... Al ver sus cuadros la gente se quedaba con la boca abierta, después se recaba la coronilla y terminaba tirándose de los pelos. ¡Ni en sueños habían visto nada parecido! Pero es que Picasso no veía el mundo con los ojos de los demás. Le encantada ponerlo patas arriba a golpe de pincel y no paraba hasta que lo dejaba hecho un cuadro.