Los Habsburgos, originarios del actual cantón suizo de Argovia, casa reinante en España durante casi dos siglos (1517-1700), otorgaron siempre mucha importancia al matrimonio de las mujeres de su familia, las Austrias, como forma de extensión o consolidación de sus dominios. Desde Margarita, esposa del malogrado príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, a Mariana, defensora a ultranza de las prerrogativas de su hijo, Carlos II el Hechizado, ante los intentos de usurpación del hijo bastardo de su marido, Felipe IV; de Catalina, a la que el encierro durante toda su infancia junto a su madre Juana la Loca no le impediría llegar a ser una prudente reina de Portugal, a Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, hijas preferidas de Felipe II, que acabarían llevando a cabo una inteligente labor como soberana de los Países Bajos y duquesa de Saboya, respectivamente. Y, por último, María Cristina, sufrida esposa de Alfonso XII y regente fiel a la Constitución. Estas princesas, como todas las Austrias españolas, supieron cumplir con su obligación, en aras de una alta misión dinástica. En la mayoría de los casos, el precio pagado fue el de su felicidad personal.