Gema Albornoz construye su particular aportación al género elegíaco: desde la magia infantil de las palabras (orientavelas, rascanubes) que, a su vez, nos recuerda la doble filiación de la poeta (niña y adulta, hija y mujer a la vez) respecto al centro materno de gravedad en torno al cual todo lo demás sucede. Los juegos de palabras, la casa, los enseres, los recuerdos, lo concreto y lo irreal van componiendo así el equipaje de una despedida, reconocida en su inevitabilidad.