Con treinta y pocos años, en el transcurso de una ensoñación, José Antonio Iglesias vislumbró algo que quería decir y tropezó con un dilema: la forma de decirlo. Como no hay épica sin mística (y ambas son el tema del poema) decidió ponerlo en boca de los personajes artúricos, no tanto por ceñirse a una tradición como porque encajaban con su relato.
Veinticinco años más tarde, al filo de los sesenta, tras cientos de páginas insatisfactorias, encontró la estructura y cadencia adecuadas a su propósito.
¿De un viento que viene de Ávalon¿ reúne lo rescatado de los cuatro poemas originales, que se agrupaban bajo el título de ¿Archivos del Graal¿.
El poeta no se atreve a considerar esta escritura como definitiva, ya que ¿el viento¿ sopla a su capricho y no procede menospreciar los intentos anteriores.
Este poemario no pertenece ni responde a las convenciones espacio-temporales que rigen la cotidianidad. Al fin y al cabo, nada hay más lejano que el presente.
En cualquier caso, se permite contradecir en la paráfrasis a Whitman y advierte: Lector, esto es un poema. Si lo tocas, tocas a un hombre.