Los motores han sido y serán el componente decisivo para las aeronaves. El Hombre, en su empeño de emular el vuelo de las aves, precisaba la aplicación de un motor con una relación peso-potencia aceptable, y hubo que esperar a 1890 para que Clément Ader con su Éole lo consiguiera. Durante mucho tiempo el motor de explosión utilizado en el automóvil fue la solución; y su aplicación a la aeronáutica se apuró hasta el límite; otro tanto sucedió con la hélice. En los años treinta se impuso: el motor de reacción, que fue el protagonista de una aleccionadora historia, donde la cortedad de miras y la incomprensión fueron vencidas por la imaginación y la tenacidad. Concluida la II Guerra Mundial se consolidó dicho motor de reacción, y el turbohélice fue coetáneo de él, aunque con el paso de los años sus caminos divergieron. Asimismo, no se puede olvidar que los motores cohete han tenido una presencia de gran relevancia en la aviación, protagonizando grandes hitos como el primer vuelo de una aeronave más allá de la velocidad del sonido. Por último, el libro dedica un último capítulo a la evolución tecnológica del motor de reacción que poco a poco se ha convertido en la piedra angular del progreso aeronáutico. Toda una evolución apasionante, plagada de anécdotas y del tesón de muchos hombres que contribuyeron a hacer posible que el transporte aéreo sea cada vez más rápido seguro y eficaz.