Es sábado de carnaval en Barranquilla y Karen Grimberg está a punto de acabar con su vida. Abre con sigilo el armario de su padre y saca el arma que se encuentra escondida en un doble fondo. Pero hay algo que se empeña en torcer sus planes y, en lugar de la paz de la muerte, la comparsa del rey Momo con sus monocucos y su música irrumpe en la calle robándole el precioso instante en que se dispone a apretar el gatillo. Las lágrimas corren por sus mejillas y le nublan los ojos, recuerda que un día igual a este, su padre llegó a esa ciudad después de haber sobrevivido al exterminio nazi. A su memoria acude una vez más la historia de su padre, su niñez feliz, y el amor recién descubierto en una isla remota. Al rememorar algo se ha quebrado... Aplaza su propósito por el momento, pero ella tiene la certeza de que la decisión está tomada y que ha de llevarla a cabo. Vuelve la pistola al lienzo, la enrolla con cuidado y se acerca al armario para dejarla en su sitio. Al tratar de introducirla en el hueco en el que estaba oculta, nota que hay algo más. Con el calzador metálico de su padre forcejea para atraer hacia sí