Nueva York en junio de 1926. Joaquín Belda llega a la gran ciudad procedente de Méjico, dispuesto a darnos sus impresiones sobre todo lo que sea objeto de su curiosidad de gran novelista. La Megalópolis de la Gran Manzana está sumida en la Ley Seca, pero los muchos modos que hay de sortearla resulta en la pluma de Belda un catálogo de formas ingeniosas de hacerlo. De la mano del corresponsal de ABC en la gran ciudad, Miguel de Zárraga, que hace de las veces de cicerone, y de otros amigos de la prensa a los que va conociendo durante su estancia, Belda recorre todos los ambientes y todos los barrios. Interesado en la producción cinematográfica, como otros muchos escritores españoles, visita las oficinas centrales de la Fox y la Paramount. Se relaciona con la nutrida colonia española en Nueva York en la que no falta alguna pareja de posición elevada que celebra en su lujoso apartamento neoyorquino veladas muy interesantes. Nada escapa a la observación atenta y burlona de Belda: los espectáculos, las costumbres, la ópera, los clubs españoles en Nueva York, las editoriales y librerías, los ricos de la Quinta Aven