El desgarro que inflige a nuestra frágil condición humana el transcurso inexorable del tiempo nos lleva a la melancolía. Pero esta tristura, consustancial al hombre, no neutraliza la alegría consoladora que emana de la vida. Los poemas de este libro, para no darle ninguna baza a la muerte, participan de ese júbilo interior sostenido, a pesar de los pesares. Desde lo más austero y elemental, lo celebran, en la búsqueda del sentido que pueda tener la manifestación inequívoca de lo poético que, de ser, está. En todo.
Esa búsqueda se circunscribe aquí, lejos de las míseras ideologías, a las cosas pequeñas, cotidianas, campestres, que encabalgan los días procurándonos aliento y consuelo. Y pretende concretarse con las palabras justas, ceñidas; un estilo sobrio, claro; una escritura pelada, pedregosa, sin abrigo; en lo pobre, el invierno, ahí. Con la esperanza de que, de tanta aspereza, de esa veta austera en extremo, surja la permanencia en la mudanza, la luminosidad esencial de la hermosura de vivir, que suele ocultar nuestra desolación ante su fugacidad.