La primera vez que escuché un quejío dentro de mí fue como un espejismo olimerencia de la faena de mi torero. Sentí como si me encontrase ante una esfinge y me dilucidase un nuevo lenguaje de misterios por descubrir. Diría que de siempre he escrito procurando adivinar a aquellos toreros con quejío: el Gallo, como travesura; Gaona, como reivindicación; José, ese gitano a contra estilo; cuál y su sensualidad torera, Cagancho como cante, Curro Pulla como visionario, Albaicín o la levitación, y hasta llegar a ese Guadalquivir hecho toreo de Curro, y a esa adivinación dolorosa de Paula. Más con ellos, el toro, que es un quejío en sí, quizás como ese primer y último sentimiento que jamás esperábamos sentir.