Amédée Ponceau no estaba interesado en el temps dépasée de la historia sino en el presente que tenía ante sus ojos en la Francia y en la Europa, del este y del oeste, inmediatamente posterior a la II Guerra Mundial y, sobre todo, en el fenómeno político permanente de la tiranía, «una vieja tradición, una tradición constante» que no debía quedar oculta y amparada bajo otros nombres. En su texto inacabado, persigue romper con la «timidez» y el «error» de la ciencia política de su época, de cualquier época, incluida la nuestra, con que las ciencias sociales, la prensa o la sociedad se enfrenta al más grave y peligroso de los males de la vida civilizada: el sometimiento a la servidumbre de todos por unos pocos.