Leyendo a Alvaro Cunqueiro todo se resuelve en
viajar, pues él es amable guía, propicio siempre a conducirnos por los
inabarcables territorios de su sabiduría e imaginación. «Viajamos con nuestras
imaginaciones y recuerdos», escribe, «y lo que vamos creando o soñando son
memorias y nostalgias. Quizá sea verdad que el fin último de toda cultura es la
invención y la melancolía.» Si así fuera, tendríamos que reconocer en Cunqueiro
al hombre culto por excelencia, incomparable en el arte de fundir un insólito
caudal de conocimientos a un talante cordial y humanístico, que hace de sus
artículos piezas ejemplares de precisión y amenidad.
El viaje
entendido como recorrido de la fantasía, el viaje entendido como experiencia
intelectual, cobra en el gran polígrafo gallego una envergadura extrovertida,
deliciosamente extravagante, y ello sin caer nunca en la erudición, pues, como
el propio Cunqueiro escribe, «yo no soy un erudito, por eso pido perdón si
alguna vez me encuentran como tal ; a mí lo que me gusta es contar llano y
seguido, fantástico y sentimental a la vez ; lo que pasa es que a veces
está uno distraído».
Y ya que hemos
tomado a Cunqueiro la palabra, no está de más añadir estas esclarecedoras
líneas suyas : «Lo más propio mío es sumar noticias que muestran lo vario
que es el mundo, y lo ricamente, y con cuántas sorpresas, se puede almacenar la
memoria humana. Yo, que no desconozco los grandes temas del siglo, y estoy
atento a eso que llamamos la coyuntura histórica, y acepto la gran patética de mi
tiempo y quiero ayudar en lo que me sea posible y aun bastante más, al hombre
de estos días, tantas veces puesto en el filo de la navaja, no me dejo asustar
por los profesionales de la angustia y busco en la gran peripecia humana,
tantas veces mágica aventura, tantas veces sueños espléndidos y mitos trágicos,
la razón a continuar».