Hijo de un grabador y estudioso apasionado de técnicas y de artistas del grabado, Henri Focillon reservó una atención particular a las formas artísticas, a sus relaciones psicológicas y materiales, y a su comportamiento extremadamente concreto y funcional. Desde su publicación en 1934, 'Vida de las formas', fue saludada como un clásico de la cultura del siglo xx, así como un gran modelo de lectura de la obra de arte. En su concepción «sinfónica» de ésta, el problema principal para Focillon no fue tanto reivindicar una absoluta autonomía de la forma artística respecto a la época, el lugar y el ambiente en que se manifiesta, como proponer una suerte de morfología genética y asentar el concepto de mutación formal autónoma en el marco de materiales y técnicas en permanente cambio. El título del segundo ensayo, 'Elogio de la mano', es ilustrativo: las manos son el vehículo del genio, las que dan forma a una idea. Son la salvación del ciego, que sólo a través de ellas puede llegar a ver el mundo, mientras que para el vidente son el medio que le permite completar la percepción de las apariencias a través del tacto.