«Sin saber por qué, me encontré en la entrada principal del acuartelamiento de La Legión, con el petate sobre mi hombro. Un soldado de puerta me ordena:
-Lárgate de aquí chaval, esto no es para ti. Dejé mi saco en el suelo desoyendo las órdenes recibidas. No sabía adónde ir, ni a quién recurrir. A los cinco minutos apareció el sargento de guardia dándome las mismas órdenes que el soldado raso.
-Chico, márchate de este lugar.
En aquel preciso momento apareció un vehículo oficial militar parándose a mi lado. La ventanilla de atrás se abrió dejando ver una boina verde oscura que lucía una estrella de ocho puntas. El soldado y el suboficial se cuadraron, diciendo:
-A sus órdenes, mi comandante. El muchacho ha interrumpido su entrada.
Se bajó del coche el personaje jefe de alto rango. Era de una estatura media, de unos cuarenta años, musculoso y con un gran bigote. Se dirigió a mí mirándome fijamente en silencio, agarró mi barbilla y levantó mi cabeza:
-Vaya, vaya. Apareces después de siete años. Súbete al vehículo, es una orden -y dirigiéndose al sargento, le manda-: Tráigame a mi despacho el petate de este nuevo soldado si no quieres perder tus cojones.» ...
Una historia descarnada y a veces cruel de un personaje peculiar, víctima de la sociedad y del tiempo que le tocó vivir.