El Pontedeume de los años 60 vuelve a iluminarse en Los ojos del puente, donde amiro Fonte retoma la mano del niño que nos conmovió en Mis ojos para continuar en su caminar a través de calles empedradas, la oscuridad de los cines, parques, iglesias, libros y juegos de su pueblo natal.
La escuela es el cauce sobre el que serpentea en esta ocasión la memoria. A partir de la escuela, todo. Las vivencias arremolinadas a su alrededor van hilando los recuerdos, que fluyen frescos a través de la tinta del autor como fluyen las aguas del Eume, perpetuo e inmutable observador de la villa. Bajo los quince ojos del puente discurre la visión de un paisaje social en plena transformación que, aunque con esa perspectiva infantil que Ramiro mantiene con gran acierto, está escrito desde un yo adulto capaz de escudriñar con gran nitidez la realidad de aquellos momentos. Pero
el niño permanece, el niño retrata el entorno y la sociedad, eleva a las personas, a los vecinos, a personajes casi (o sin casi) míticos, siempre con gran dignidad.
Escrito con aguda inteligencia y sobrado talento, y con una del