Luis de Vargas, pintor tan poco estudiado como importante para el arte español del siglo XVI, volvió a Sevilla en 1550 tras dos décadas largas en Italia e irrumpió en el panorama artístico local «abriendo con su luz nuevo camino», como dijo Pacheco. Si Hernando de Esturmio y Pedro de Campaña habían marcado el signo de una nueva etapa en la pintura sevillana en 1536, Vargas superó la impronta flamenca e impuso la maniera heredera de Perino del Vaga, Giorgio Vasari y Francesco Salviati, convirtiéndose en un artista venerado, demandado e imitado. Los escritos destacan su habilidad para el retrato, pero hubo de ser además un fresquista extraordinario. Sin embargo, para comprender su formación romana y su obra posterior son claves sus dibujos, donde quedó reflejado ese universo estético que marcó toda su obra.