Durante el verano de 1924 , cuenta Francisco Ayala en Recuerdos y olvidos, me puse a escribir una novela. La escribí me veo escribiéndola- en la mesa del comedor de mi casa, con el calor hermoso del verano madrileño, ardiente pero seco, y en medio del ruido que, entrando y saliendo, hacían mis hermanos, seis chicos todos menores que yo . El escritor que muchas décadas después obtendrá entre otros reconocimientos- el premio Cervantes y el Príncipe de Asturias de las Letras era en ese momento tan solo un muchacho de 18 años que acababa de llegar a la capital, procedente de su Granada natal. Cierta casualidad hizo llegar el manuscrito de esta novela a Guillermo Fernández Shaw, quien se interesó por ella y se ofreció a costear su impresión. En la primavera de 1925 estaban los ejemplares ya en las librerías, al precio de 5 pesetas, y en manos de algunos críticos que lo acogieron favorablemente como Enrique Díez-Canedo, que escribe en el diario El Sol: Don Francisco Ayala no muestra empeño en dar a su estilo un ornato; su mejor cualidad es una lucidez serena, un tono mate, en que no se advierte ni torpeza ni